Es el lugar más encantado de Buenos Aires. El edificio de estilo neocolonial –el Palacio Noel– se construye en 1920 y funciona como Museo desde 1937. Las impresionantes colecciones de platería de Potosí, las hieráticas figuras jesuíticas, los retratos de difuntos –en especial el de María Luisa Lacas de Suárez, espeluznante– y las secciones de arte decorativo peruano son inquietantes de por sí. Todo se confabula para darle un aire bellamente siniestro. Y sus fantasmas tienen procedencias diversas.
En el siglo XVII, el solar estaba ocupado por una compañía importadora de esclavos que, encerrados y desesperados, invocaban a sus ancestros. Más tarde, todos –los espíritus de los esclavos muertos y sus deidades– eligieron el Museo como lugar de residencia. Se cree que vagan por allí espíritus desorientados de ingleses: cuando se trasladó el cementerio de los Ingleses Disidentes que ocupaba el terreno sobre la calle Cerrito, sólo se llevaron las lápidas. También puede que los fantasmas sean los dueños de los objetos que integran las colecciones de arte decorativo. Como sea, Oliverio Girondo y su esposa Norah Lange, que vivían al lado del Museo, veían aparecidos. Y el siempre supersticioso Manuel Mujica Lainez creyó entrar en contacto con alguno de ellos.