La mayoría de la gente cree que el último rey de Francia fue Luis XVI. Que su majestuosa cabeza terminó rodando calle abajo por las calles de París hasta que se partió en dos. Y que los dos hijos del matrimonio real murieron en las sombras de los calabozos de una torre en la capital francesa, en los albores de la República. Pero esto último no necesariamente es verdad. Sí, un chico de nueve años murió , encerrado en una celda fría, húmeda y oscura. Pero la leyenda cuenta que para ese entonces, el verdadero príncipe heredero, o Delfín, Luis Carlos de Borbón, había sido adoptado por una familia de pescadores de una localidad del norte de Francia llamada Calais.
Para cuando llegó al Río de la Plata, en 1818, su nombre era Pierre Benoit. Dicen que sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta. También dicen que al llegar al puerto de Buenos Aires, Benoit tenía solamente 17 años y una carta de recomendación escrita por Napoleón Bonaparte.
Instalado en Buenos Aires, Benoit se destacó como pintor (dejó unos retratos formidables de María Antonieta), y como arquitecto. Se casó y hasta el día de hoy, sus descendientes sostienen dos cosas: que antes de morir confesó ser el rey Luis XVII y que su muerte no fue natural. Un médico falso lo habría visitado en 1853, y lo habría envenenado.
Puede que la afrancesada Buenos Aires haya sido el escondite casi perfecto para un rey coronado en el exilio, a quien su destino finalmente lo alcanzó. O puede ser que todo haya sido una fabulación nacida del hermetismo de un francés virtuoso y culto, pero de origen humilde.
Lo cierto es que Benoit existió, y que la pregunta sigue en pie: ¿vivió o no entre nosotros el último rey de Francia?
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