jueves, 25 de febrero de 2010
La nena que ríe de noche
Once años tenía Lucy. Once años apenas, cuando el auto la atropelló. Luego de dos días en terapia intensiva, la nena dejó de respirar.
La familia Almeyda, en muestra de una justicia injusta, le ganó un juicio al conductor del coche asesino. Con el dinero mal ganado, lograron pagar la hipoteca de la casa de Balvanera en la que vivían, pero la felicidad del techo propio no logró apaciguar el dolor por la muerte de la querida hija de Alberto y Susana, de la querida hermana menor de Lautaro, de la querida hermana mayor de Daniela.
Dicen que desde entonces Lucy no ha logrado descansar en paz pero, aún así, está contenta. Por las noches se la escucha. Su risa resuena cada madrugada desde la que fue su habitación. Algunos, además, aseguran que a veces se deja ver.
Los Almeyda, entusiasmados por escuchar y ver a la nena, contrataron a una bruja que les dijo que su risa se debe a que está feliz de estar en su casa, una casa que gracias a su muerte se convirtió en propia.
Pocos años más tarde, mientras la crisis económica de 2001 desarmaba a la Argentina, junto con la oferta de un trabajo en euros y la enfermedad de la abuela Celia, la familia de Lucy se mudó a Madrid pidiéndole a Arturo, el tío de la pequeña, que se encargue de la venta de la casa.
Siete años hace que está en venta y nadie quiere comprarla, pues Lucy no deja de reír y los interesados se echan para atrás espantados. Hasta que Lucy no se quede callada, la casa de Balvanera seguirá vacía y, mientras tanto, seguirá siendo conocida como la casa de la nena que ríe de noche.
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